Fútbol y violencia

Los altercados ocurridos este pasado sábado en el barrio de Los Pizarrales de Salamanca, ponen al descubierto el problema que existe en torno al deporte del fútbol y concretamente al deporte de base.

La violencia sufrida por el árbitro de  un partido de benjamines es un triste espectáculo, repetido cada fin de semana.  Por suerte no siempre la violencia es física, pero las descalificaciones e insultos a árbitros, entrenadores y jugadores es tan habitual como aberrante.

Estas actitudes se han convertido en un verdadero germen que desgasta todos los valores que este deporte trata de sembrar a su paso. Es duro asumirlo, pero la estupidez humana en ocasiones tiene más peso que la realidad que tenemos delante.

Cuando un partido de fútbol entre niños debería de ser un bonito espectáculo donde verles sonreír y practicar deporte, la deficiencia mental de unos cuantos enturbia el mensaje que el deporte le ha de mandar a esos pequeños deportistas.

En estos casos la reflexión es sin duda la mejor arma, pues entre los insultos y la pérdida del sentido de la realidad hay una línea muy fina que acaba su camino en la violencia, y donde queremos sembrar valores recogemos ira, frustración y terror.
El árbitro, como figura indispensable para el funcionamiento del fútbol, sufre a diario la ira de muchos “sabios de cabeza hueca” que no son capaces de analizar su comportamiento, vocabulario y las consecuencias que ello conlleva.  Tanto para él como para los entrenadores, lidiar con “personas” que creen saber más que tú convierte en ocasiones tú día a día en irrespirable.

Desde el banquillo o detrás de un silbato, debes aguantar y luchar por no escuchar, hacerte el fuerte por no derrumbarte y no ver morir tu mayor ilusión en este deporte. Todo aquel que se sitúa en la grada o detrás de la valla que separa el campo de las cavernas, cree saber más que nadie y no le importa demostrarlo usando los medios que sean necesarios,  aunque para ellos tengan que usar todo tipo de violencia.


Lo más aberrante y fácil a la vez es situarte en el puesto de observador, mirar el juego en la grada y descalificar, insultar, escupir…etc. Mientras, desde tu puesto de responsabilidad ves como aquel aficionado que cuando marca su equipo anima, hoy se ha convertido en un criminal del verbo sin conciencia ni conocimiento, o que aquel papá que dice “no meterse nunca en estos temas” hoy repasa todos sus conocimientos tácticos a voz en grito y con la palabra tan sucia como su conciencia.


Por mi parte, en mis muchos años en el banquillo aún despierto a cada partido con la ilusión de vivir el día en el que por fin mueran esos comportamientos y el deporte del fútbol pueda sentirse limpio de culpa en alma y esencia. 

                                      
                                                                                                               Félix de Blas